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CIUDADES DE PAPEL

Inspirado en la película 'Ciudades de Papel' del libro de John Green.


Vinimos a la vida buscando un milagro. Algunos, lo hacemos, desesperados; otros se encuentran con él, por sorpresa. Hay quienes toman como su milagro la victoria de su equipo de futbol, o adquirir el auto de sus sueños; otros, como yo, esperamos hallarlo en alguien que nos salve de la soledad y nos haga sentir que se puede ‘tocar el cielo con las manos’.


Solía creer que encontraría ese milagro al entrar en un café; o yendo a cine, solo, a ver una película de romance –en estreno–, con la esperanza de tropezarme con otro, que al igual que yo, anhelase vivir una historia de amor como la que veríamos en ella y decidiera compartir el pañuelo conmigo. Lo hice cientos de veces: las palomitas de maíz se quedaban por la mitad y las propinas se llevaban, con ellas, mis ilusiones. Subí algunos kilos y perdí las ganas, pero me convencí de que los milagros no son para encontrarlos, sino para sorprenderse con ellos.


No sé, tal vez me confundí al descifrar el milagro que la vida me tenía o me la he gastado buscándolo erróneamente. Quizás sucedió y no pude darme cuenta de él. Me creí las mentiras que las películas me hacían creer, con finales felices; pero no me avergüenzo de eso. Abrí mi corazón a los riesgos, sin limitarme; me atreví a creerme dios del tiempo y me adelanté a sentir, sin sentido, con prisa, y tomando como una necesidad, hallar el amor; y, al querer encontrarlo, de ésta manera, pensaba que estaría ahí, en cualquier lugar, aunque fuera frío. Me olvidé de que el amor es algo que quema y que cuando nos encontramos con ese ‘alguien’, oportuno e indicado, el ser arde en llamas, como si el mundo quisiera enterarnos de que ha ocurrido la más perfecta casualidad.


¿Podríamos coleccionar ilusiones perdidas, como láminas de un mundial?


Hace mucho tiempo, comencé a sentir mis ilusiones perdidas, que se iban de mí. Me sentía esclavo de los malos tiempos y sus efectos secundarios… ¡Malditos miedos! Me costaba creer que una persona, que un día aseguró hacerle el amor a todo, parecía darse por vencida ante esa promesa. Poco a poco, fui dejando los poemas en casa y comencé a llenar mis bolsillos con fracasos… y aunque sentí que había perdido la fe en cada letra, algo muy curioso me pasó: una mujer, situada muy cerca de la mesa donde me encontraba escribiendo, comenzó a llorar ante sus dos amigas; en el instante que escuché su llanto, la miré sin disimular y coincidimos mirándonos. Sentí que se avergonzaba de que la viera llorar y, sin saber las razones de su tristeza, escuché: ¡lloraba por un amor! Quizás, tantos ‘quizás’…

Aunque, tal vez, nunca comprendí lo que era un milagro, allí había ocurrido uno: ¡me devolvieron la fe!


¿Cuántos en el mundo estarán confundiendo el amor o esperan encontrase con uno de estos? La vida está hecha de milagros y nos tiene un milagro especial, de eso estoy seguro. Aunque el milagro de mi vida no haya sido tropezarme con el amor, comprendí, en ese instante, que hay otros buscando un milagro similar y que, tropezar con alguien que coincida contigo en la búsqueda, puede ser el milagro que la vida nos tenga, y, por qué no, que a la vez seamos, para ese otro, un milagro. Ahora espero que me hallen y no me encuentren desgarbado. ¡Dejaré de buscar y comenzaré a construir nuevas ilusiones!


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