MÉXICO DE MI ALMA
Siempre imaginé vivir un amor de verano, de esos que suelen ser cortos e inolvidables. Un tipo de amor al que no se llega a amar, pero sí a extrañar más tiempo del que duró. Con el que se toca el cielo, casi siempre a la velocidad de la luz. Lo imaginaba cierto y de película, en una ciudad sin explorar. Mis deseos eran conocerlo en New York o París, pero se adelantó y me sorprendió.
Dicen que en el mundo tienen que ocurrir tantas cosas para coincidir, pero a veces una red social puede hacer ese trabajo más corto en tiempo. Lo conocí en Tinder, sin saber si era verano o invierno. Apareció inesperadamente, sin tener el libreto planeado. No conocía nada de él, pero tampoco me imaginé que sería la persona con la que me aventuraría a sentir por segunda vez que se puede tocar el cielo estando en un par de sabanas. Parece ser que así son las casualidades: una contradicción del deseo, satisfaciéndolo de mejor forma... porque tampoco tenía rasgos de francés o acento español por los que tanto amor guardo, pero se lo ganó. Era de México, el país de mi querida Frida; la sufrida.
Nos fuimos conociendo con lo habitual: ¿Cuántos años tienes? ¿Qué estudias? Todo parecía ir bien…, como si el universo, desde hace algún tiempo, conspirará para que nos conociéramos; lo que no sabíamos era que ese instante nos haría ver, después…, que el amor, por muy fuerte que sea, a veces, para ser que no puede con todo.
Recuerdo la primera vez que escuche su voz: sentí como si todo el tequila que había consumido en mi vida evaporara por cada uno de mis poros. Era una sensación de placer, de sentir sin tacto. Nos escribíamos a cada rato… Cada día era un “buenos días” que me hacía los días buenos y las noches también. Me sentía dueño del mundo, pesé a que ese mismo mundo nos separaba y nunca me importó esperar, como tampoco esperarlo.
Así pasó el tiempo, creciendo las ganas y el deseo por tenerlo en frente.. hasta que llegó ese día, llevaba una camisa azul rey, una fragancia de Chanel y mis hormonas compitiendo con los nervios por quién estaría más despierto al verlo. Un abrazo fue el desenlace de la historia, que me hizo sentir como si cada centímetro de su piel se tatuará en la mía. Llegamos al hotel, desempacó su ropa y la mía entre besos y caricias. Los planes eran enseñarle la ciudad, pero conoció más mi cuerpo que la luz del sol que por esos tiempos se asomaba hasta las seis y media de la tarde. Fue mi primer amor de verano por una semana, llevándose mis ilusiones, una carta de amor y el anhelo de volverlo a ver.
Seguimos siendo deseo y anhelo pese a la distancia, como si el 1+1 fuera 1 y la lógica matemática no nos importara. En meses hicimos planes para volvernos a ver, pero a veces las cosas tienen que ocurrir sólo una vez, para que el deseo de que vuelvan a pasar sea quien las haga inolvidables. Fuimos cobardes ante la distancia, pero sé que jamás lo olvidaré. Él prometió no hacerlo y me afirmó que si algún día nos volviésemos a encontrar, no me dejaría ir. Ahora espero volver a coincidir.